Minas y sueños personales
Por: Luis Hernán Castañeda
Algunas películas, y también algunos libros, tienen un mérito especial: el de imprimir en lectores y espectadores el recuerdo imborrable de un momento esencial, único, que destaca sobre todos los demás y los contiene y simboliza, hasta convertirse en la cifra del conjunto total: su aleph particular, fulgurante, compacto y denso.
Es lo que sucede en A las cinco de la tarde, película de Panj é asr de Samira Makmalbaf.
La historia está situada en Afganistán después de la caída del régimen talibán, y su protagonista es Nogreh, una chica que debe lidiar con el fanatismo religioso de su padre y con sus propias esperanzas, ingenuas y profundamente honestas, de convertirse en presidenta para resolver los problemas de un país destruido por la guerra. La película tiene un claro trasfondo político, de lucha democrática en busca de la igualdad entre géneros, que está perfectamente equilibrado con la densidad humana de sus personajes; sobre todo Nogreh, pero también el joven poeta que la corteja y la ayuda, con ironía y sinceridad, en su sueño de convertirse en presidenta. Mientras el padre de Nogreh se queja de que la blasfemia está en todas partes tras la caída de los talibanes, la chica asiste a escondidas a una escuela laica donde las mujeres pueden quitarse el velo y hablar en voz alta. Una de las compañeras de Nogreh, que alimenta también una solidaria ambición política, es una niña de anteojos redondos que ha perdido a su familia entera, y que propugna la reconciliación por encima del castigo a los culpables de las sucesivas masacres, que constituyen el telón de fondo de la vida cotidiana.
El momento que quiero recordar ocurre después de que la niña con anteojos pierde la vida, a causa de una mina que estalla en plena calle. Cuando Nogreh se entera de la noticia, se encuentra en plenas gestiones para convertirse en presidenta, en el contexto de una ciudad en escombros: acompañada por el poeta, entrevista a un soldado francés para averiguar si su presidente es hombre o mujer, y para saber qué dicen los presidentes para que el pueblo los quiera y vote por ellos; más tarde, se somete a una sesión de fotos con un fotógrafo callejero, para contar con carteles de propaganda destinados a unas elecciones imaginarias. Su meta electoral se sitúa en un futuro lejano, pero Nogreh está dispuesta a ser paciente; después de todo, su amigo el poeta le ha contado que ni siquiera en Europa tienen muchas presidentas. Entonces se entera del destino de su compañera. No hay una reacción inmediata; la emoción es discreta y contenida; las consecuencias de esta muerte serán reveladas en el futuro inmediato de Nogreh, cuando su padre, el fanático, decide buscar una “verdadera ciudad musulmana” donde pasar sus últimos días. Nogreh lo acompaña, convertida en un espectro sin ilusiones que recorre, cabizbajo, los laberintos de un desierto interminable, esperando la muerte sin pronunciar palabra.
Justo antes del viaje final ocurre la escena significativa. Nogreh, su hermana y su padre habitan las ruinas de un antiguo edificio que parece haber sido un palacio. Todas las noches, el padre ordena a Nogreh buscar agua para su caballo. Ella recorre los pasillos vacíos del palacio, siguiendo el sonido del goteo de un manantial invisible, escondido en algún lugar del edificio que nunca será encontrado; camina con cuidado y siguiendo rutas conocidas, para evitar las minas personales, y calza unos zapatos blancos de tacón que son el símbolo de sus sueños de libertad. La noche en cuestión, Nogreh acaba de descubrir que su compañera ha muerto, pero no puede faltar a la obligación que le ha impuesto su padre. Como siempre, recorre el palacio buscando agua, pero esta vez, avanza con resolución inusual por los pasillos de piedra. Taconea con fuerza y velocidad, sin preocuparse por las minas, con una valentía que se parece, peligrosamente, a la temeridad. Al cabo de algunos minutos de insoportable tensión, se detiene, se quita los zapatos de tacón y los arrima de una violenta patada. Los zapatos se arrastran juntos y quedan quietos, uno echado sobre el otro, como dos pequeños animales que rumian su abandono. Nogreh sigue caminando descalza. Al día siguiente partirá de viaje. No se sabe si llegará a alguna parte. Su sueño de ser presidenta ha muerto junto con su amiga.
Película: A las cinco de la tarde. Director: Samira Makhmalbaf. 2003
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Posted by Martín Palma Melena | 7:04 PM
Recuerdo con ansiedad ese taconeo que termina siendo una danza funebre. La búsqueda de aquel manantial invisible, escondido en algún lugar, se asemeja a su propia búsqueda.
Saludos.
Erika
Posted by Erika Almenara | 3:18 PM