Un pintor de íconos
Por: Luis Fernando Jara
El segundo film de Tarkovski narra la historia de Andrei Rublev, célebre pintor de íconos, cuya vida transcurrió en la primera mitad del siglo XV. El film se estructura en un prólogo y ocho partes. En la primera, tres monjes, entre los que se encuetra Roublev, se cobijan en un albergue para protegerse de una violenta tormenta. Un bufón, que entretiene a un grupo de campesinos, es denunciado por Kyrill, otro de los monjes, y es arrestado por los soldados del rey. En la segunda parte, Teófanes El Griego, el pintor más importante de la época, pide a Andrei Rublev venir a Moscú para decorar la catedral de la Anunciación. La tercera parte es interesante porque, a propósito de una discusión con uno de sus asistentes, Rublev expone su concepción sobre el arte. Todo es puesto en escena durante una pasión de Cristo actuada sobre un Gólgota cubierto de nieve, en versión rusa. Dos años después de la decoratión de la catedral de Moscú, Rublev y su equipo parten en ruta para efectuar algunos trabajos en la catedral de Vladimir; en el trayecto, se encuentran con una fiesta pagana. Los pintores se reunen en la catedral que viene de ser teminada. Rublev es encargado de pintar un Juicio final, pero el trabajo no avanza, lo que causa el malestar del Obispo y el Duque. Luego de un largo periodo de dudas, Rublev se pone a trabajar. La invasión de los Tártaros, narrada en la sexta parte, interrumpe el trabajo. La catedral queda parcialmente destruida. Entre la violencia desatada, Rublev logra salvar su vida y la de una mujer, pero hace un voto de silencio y renuncia a pintar. En la última parte, es testigo de la construcción de una enorme campana, llevada a cabo por un joven fundidor. El éxito de la construcción es casi un milagro, considerando la inexperiencia del joven. Este hecho le devuelve la fe en la creatión artística. Rublev retoma el lenguaje y la pntura. Al final del film, en planos de color que se demoran para el placer del espectador, resplandecen los íconos del pintor.
La película parece ser un film de la regeneración o la reconstitución: se reconstruye un mundo golpeado por la violencia, la traición y el odio; se reconstruyen las fuerzas de la vida, la armonía y la bondad, asediadas permanentemente por las fuerzas de la destrucción, del mal y de la muerte. Cada parte del film, como si se tratara de un cuadro, encarna un tema, una idea, que en muchos casos se presenta como un juego de oposiciones: la inocencia y la culpa, la conciencia del bien y del mal, la verdad y la mentira, la naturaleza y la gracia, el infierno y su encarnación en el mal, la creación como un secreto que hay que develar, la palabra y el silencio, el Juicio Final, la armonía entre los hombres y de estos con el mundo, etc.
No creo sobrevalorar el film si afirmo que allí puede intuirse una filosofía del arte, aquella que parece animar y sostener el mundo cristiano. En un mundo saturado por la imagen, Andrei Rublev parece mandar un mensaje que apunta a los más alto: el arte es grande solo si es tocado por lo sagrado. En su ausencia, la obra de arte es un balbuceo insignificante. Tarkovski lo insinúa en una entrevista poco antes de morir cuando situaba el origen del malestar de las sociedades modernas en el abismo entre el progreso material y la ‘indigencia’ espiritual. Acaso es esta íntima convicción el motor que hace de su filmografía una permanente exploratión de lo invisible.
Película: Andrei Rublev. Director: Andrei Tarkovski. 1966.