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Intrascendete voyeurismo


Por Iván Thays

Mientras veía En la cama, la premiada película del chileno Matías Bize, no podía dejar de pensar –un pensamiento maligno, cruel por donde se mire- qué extraordinaria hubiera sido esta cinta si hubiera estado dirigida por alguien con el talento y el método de dirección de John Cassavettes, y no solo por el voluntarioso Bize. Supongo que Bize no fue consciente de que la única forma de que una película tan exigente –a todo nivel- como ésta hubiera triunfado sería bloqueando cualquier posibilidad de salida "estetizante" y obligando a los actores a representarse a sí mismos, y no a personajes de un guión. Es decir (exagerando desde luego), quizá lo que hubiera debido hacer es mantener a sus dos actores –que no deben saber de ellos ni por el google- alejados durante toda la preparación, reunirlos solo para la noche de la filmación y obligarlos a hacer el amor, o más propiamente tirar, antes de empezar a filmarlos. Y es que anten una película que pretende hacernos ingresar en la intimidad de una pareja que no se ha visto antes y que luego de un acercamiento en una fiesta se van a tirar a un motel, lo único que vamos a exigirle al director es que no haya nada impostado, que no sintamos que es un truco o una exposición.

Impostación, lamentablemente, es casi el subtítulo de esta película. Y lo lamento sobre todo por Blanca Lewin, una actriz cuya naturalidad espontánea salvó la película en más de una ocasión. Hay que decirlo así: es increíble que en una película en la que todo el tiempo los personajes están desnudos o en ropa interior, los actores se muestren realmente desnudos y vulnerables (es decir, sin trucos), en tan pocas ocasiones. Todo en En la cama es ornamentación, arreglo, decoración, fingimiento. En especial, tres aspectos fundamentales: la fotografía, el casting y el guión. La fotografía es idónea para un video clip filmado para MTV Latino de Pedro Suárez Vertiz –o pero aún, de Christian Meier- o para la melosa canción del soundtrack de la película. Esos saturados o desenfocados rojos y verdes de la habitación, usuales en los videos de los canales de cable, hace que la película se vuelva una postal de revista de decoración. Por su parte, el casting, pese a contar con una actriz talentosa, ha elegido a dos actores de cuerpos perfectos para vestirlos con ropa interior también de catálogo y hacerlo retozar en la cama en poses medidas y equilibradas que son casi de agencia de publicidad. Si la pretensión de Bize era inmiscuirnos a todos en este drama a puertas cerradas (cosa que parece obvia por las referencias al voyeurismo de los moteles que hace explícitamente, en un par de ocasiones, el muchacho interpretado por Gonzalo Valenzuela) ¿por qué entonces no mostrarnos unos protagonistas absolutamente carentes de charm, con colgajos, sudor, poses sexuales descuidadas, animales encrestados por el deseo o aburridos por una jornada extenuante? Sucede que la marca de la ropa interior, el tono de voz y el cuerpo de gym de los actores nos dice de inmediato que representan a una clase social determinada, y por tanto limitante y limitada. Y dudo que la opción de esta película haya sido la de mostrar "cómo hace el amor en moteles la clase social alta" sino la de comprometernos, con tan poco éxito como puede tenerlo un desfile de modas sobre una persona talla XL.

Sin embargo, ninguno de estos defectos echaría abajo la película si no fuera porque el guión es desastroso. Y es justamente desastroso por impostado, consiguiendo realzar los defectos del color video clip y la apariencia light de los actores. El primer error es que son diálogos intercambiables: hombre y mujer, con vidas y profesiones distintas, hablan siempre del mismo modo especulativo y jamás contestan directamente. Otro defecto es que los diálogos, cuando quieren ser inteligentes, resultan absurdos o tontos, lo que convierte a los protagonistas en disforzados. Por ejemplo, la ridícula escena cuando él trata de explicar su teoría de los espectadores de cine o cuando más tarde, en el jacuzzi, ambos tienen tantas dificultades en elaborar un simple guión hipotético de película mala. Lo cierto es que descubrimos desde el principio que el guión lo deja a él como un cabeza hueca (y lo confirmamos cuando se pone en pose de yoga para provocarse una nueva erección), así que no nos queda sino concentrarnos exclusivamente en el personaje de la Lewin, esperando que entre los pasos de baile de chica bubblegum que realiza en bata, y la mirada desolada que ofrece cuando se entera de que él viajará a Bélgica, surja un personaje auténtico. Y es que, como espectadores, suponemos que no se nos ha invitado a ver una película que transcurre durante hora y media en un motel para presentar a dos chicos hablando estupideces y acoplándose; al final descubrimos que, en efecto, la intención es otra y recién luego de casi 45 minutos de intrascendencias y coqueterías aparecen los primeros dramas: el condón que se rompe propicia un diálogo moral sobre el aborto, que dura veinte segundos. Siguen algunos clisés sobre el amor, sobre Dios y sobre el cáncer, ninguno de ellas suficientemente intenso o inteligente como para cuestionarnos. Cuando ella comenta su pasado bulímico, o la anécdota adolescente con una chica que acababa de abortar en un hospital de Bariloche, la verdad es que los personajes han perdido credibilidad y nada, salvo un crimen, podría despertar el interés por lo que ocurra en ese motel, incluyendo una nueva escena de sexo posado. Por ello, hacia el final, cuando cada uno descubre al otro su secreto, la revelación no nos causa estupor ni rabia ni conmoción: simplemente, es un clic que anuncia que la película va a terminar. Y termina, en efecto, con un abrazo absolutamente intrascendente y poco emotivo. Hubiera preferido, en todo caso, que se acabe con una de esas miradas entre frágiles, dulces y entristecidas, que de vez en cuando lanza a la cámara Blanca Lewin. Y es que es solo en esos momentos, al parecer absolutamente imprevistos por el director, cuando la cinta alza vuelo y entendemos que en vez de tanta incontinencia verbal ésta debió ser una película de silencios.

En la cama. Dirige: Matías Bize. 2005

La haz dado duro a la película. Hummm, bueno utilizando tu criterio en efecto Lewin es lo mejor. El cine chileno y en general el latinoamericano está tratando de que sus personajes tengan buenos diálogos. La otra vez vi "El Aura" (la pasan en el CCPUC) y en un momento Ricardo Darin comienza a hablar de su enfermedad y cuando parece que todo lo que habla va llegar a un nivel cumbre, su rollo decae, finalmente me quedó insatisfecho. Nada pierden los cineastas actuales remedando o mejorando diálogos de pelis europeas de los 60 y 70.

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